El navio

jueves, 15 de septiembre de 2011

Bonatti y su adiós


Walter Bonatti se despidió ayer del mundo por segunda vez. Lo hizo en su casa de Roma, lejos de su primer adiós. Eso fue en 1965 cuando, tras escalar la cara norte del Cervino, colgó crampones y piolets en la cima de su arte. Tenía 35 años, lo había escalado todo, incluso aquellos retos reservados a generaciones futuras. Fue un genio del alpinismo y bastante más que eso. Tenía 35 años, lo había escalado todo, incluso aquellos retos reservados a generaciones futuras. Fue un genio del alpinismo y bastante más que eso. Entre otras muchas virtudes, encarnaba el alpinismo puro, el alpinismo incorruptible. Los hay que admiran al Bonatti, que pudo con el Pilar Suroeste del Dru en 1955 y con el Gasherbrum IV, tres años después; los hay que los admiran porque fue el hombre que hizo lo imposible por salvar a sus seis compañeros en la cara sur del Mont Blanc, retirándose del Pilar del Frêney en un lucha horrible por sobrevivir. Pero si cabe admirar algo en Walter Bonatti (Italia, 1930-2011) es su extraordinario espíritu de aventura y su enorme cultura, valor que le permitió mudar de piel cuando la de alpinista quedó consumida.
Bonatti perdió la fe en el ser humano en 1954, durante la conquista del K2. En las laderas de la segunda montaña más elevada del planeta (8.611 m), sus compañeros de expedición Lacedelli y Compagnoni forzaron una experiencia extrema. Bonatti y el sherpa Mahdi habían porteado seis botellas de oxígeno hasta los 8.100 metros de altitud, pero Lacedelli y Compagnoni habían montado el campo de altura más arriba. Se hizo de noche, Bonatti no veía la tienda y a gritos logró comunicarse con sus compañeros, quienes le conminaron a que descendiese. No había luz suficiente para emprender el descenso y Bonatti y Mahdi pasaron la noche al raso, experiencia desconocida para el ser humano. A Mahdi le cortaron todos los dedos. Bonatti, físicamente indemne, apenas 24 años de edad, sufrió posteriormente un calvario psicológico: nadie quiso creer su versión en Italia para no empañar la fiesta de la conquista del K 2. Bonatti invirtió medio siglo en demostrar su inocencia y no cejó hasta que el Club Alpino Italiano le pidió perdón. Entre medias, se refugió en las cimas y en sí mismo: tenía que aprender a confiar de nuevo en el prójimo. Así se hizo su leyenda. Con 35 años, su popularidad y su elevado nivel intelectual le permitieron fichar por Época, publicación para la que trabajó escribiendo acerca de viajes tan remotos como intrépidos.
Para muchos, el Bonatti periodista resulta irrelevante. Para los que entienden que un alpinista sin ética, sentimientos e intelecto no es más que un tipo que escala piedras, ambas figuras van de la mano, son indisolubles y señalan la verdadera dimensión humana del personaje.

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