Andrea Pozzo, nacido en Trento en 1642 es una de las figuras más notables del periodo barroco italiano. Pozzo ha pasado a la historia de la pintura por su dominio del fresco y su capacidad para crear perspectivas hiperrealistas sobre superficies planas.
De ésta manera Pozzo demostró cómo se puede representar el espacio irregular en un plano mediante el uso de alas oblicuas. Subrayó las posibilidades teóricas de la perspectiva geométrica marcando ese punto focal que hemos comentado. Trató de encontrar este punto focal de la perspectiva fuera de la vista del observador, desplazándolo a un lado, creando así un efecto más realista y la sensación de tridimensionalidad propia de las más modernas tecnologías virtuales.
En la Iglesia de San Ignacio, realiza Pozzo tres grandes proyectos: el del ábside representa la oración del santo en la Capilla de La Storta, cuando desconsolado por no haber podido ir a Tierra Santa se le aperecen Padre e Hijo, acompañados de San Francisco Javier y San Francisco de Borja. Más espectacular es su solución pintada en la cúpula de la iglesia, pues las dificultades económicas que finalmente impidieron a los constructores realizar un cúpula sobre el crucero, las resuelve Pozzo alegremente diseñando una enorme cúpula fingida sobre la cubierta plana, que no obstante consigue el efecto ilusionista de contemplar una cubierta hemiesférica.
La enorme pintura de la bóveda se titula en realidad El papel de San Ignacio en la expansión del nombre de Dios por el mundo. Así en el centro de la composición, en un característico “rompimiento de gloria” típicamente barroco, aparece Dios Padre que proyecta su luz sobre el Hijo, que a su vez lo transmite hacia San Ignacio, del cual parten cuatro haces de luz que como rayos de la evangelización se dirigen hacia los cuatro continentes, representados por medio de figuras simbólicas en las cuatro esquinas de la composición: Europa, como una matrona a caballo, y sobre ella San Francisco de Borja y Estanislao de Kostka dirigiéndo al cielo a sus adeptos. Asía sentada sobre un camello, y sobre ella San Francisco Javier elevando a sus seguidores al cielo. África es una mujer con un colmillo de elefante en una mano y sentada sobre un cocodrilo, sobre la que se elevan misioneros jesuitas africanos. Finalmene América, representada como una mujer india luchando con un gigante, sobre la cual vuela un ángel blanco con una llama encendida, símbolo también de la evangelización americana.
Un completo homenaje triunfal a la labor jesuítica, convertida por ello la pintura en todo un alarde propagandístico de la Compañía, así como de su poder e influencia crecientes en el seno de la Iglesia.
Os recomiendo que pinchéis en las fotos para verlas con más calidad... a nosotros, nos ha dejado fascinados.
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