El navio

martes, 11 de septiembre de 2012

Y así era



Diego Alatriste contempló fríamente aquella fantasía oriental enriquecida con mármoles y relieves, botín acumulado de siglos de poder, conquistas y dinero. Él no era hombre a quien la belleza de una iglesia o un palacio deslumbrasen más que las formas de una mujer hermosa; en realidad lo impresionaban mucho menos que eso. No era el suyo un mundo de dorados ni pinturas multicolores, sino de tonos grises y pardos, hecho de la niebla incierta de un amanecer y del áspero roce del cuero de un coleto acuchillado. Durante la mayor parte de su existencia había visto visto arder riquezas, obras de arte, tapices, muebles, libros y vidas. También había matado y visto morir lo suficiente para saber que el fuego, el hierro y el tiempo lo destruían todo tarde o temprano, y que obras con ambición de eternidad se venían abajo en un instante, derribadas por los males del mundo y los desastres de la guerra. Por eso la riqueza de San Marcos no lo conmovía en absoluto, ni experimentaba en su ánimo lo que tan abrumador despliegue perseguía: el hálito de lo sagrado, lo solemne de la inmortal divinidad. El oro con que se edificaban palacios, iglesias y catedrales lo pagaban él y los que eran como él con su sudor y su sangre, desde que la Humanidad tenía memoria.

``El puente de los asesinos´´

No hay comentarios:

Publicar un comentario