Alguien dijo, o escribió, que en aquellos tiempos famosos y
terribles los españoles peleamos todos, desde nobles hasta labriegos. Y era
cierto. Unos lo hicimos por hambre de gloria y dinero, y otros por hambre de
verdad: por sacurdirnos de encima la miseria y llevar un trozo de pan a la boca.
En los campos de batalla de medio mundo, desde las Indias a las Filipinas, el
Mediterraneo, el norte de de África y Europa entera, contra toda clase de
naciones bárbaras o civilizadas, peleamos hidalgos y campesinos, bachilleres y
pastores, caballeros y pícaros, amos y criados, soldados y poetas. Pelearon
Cervantes, Garcilaso, Lope de Vega, Calderón, Ercilla. Peleamos sin descanso en
los Andes y en los Alpes, en las llanuras de Italia, en la altiplanície
mexicana, en la selva del Darién, a orillas del Elba, el Amazonas, el Danubio,
el Escalda, el Orinoco, en las costas de Inglaterra, en Irlanda, Lepanto, las
Terceras, Argel, Orán, Bahía, Otumba, Pavía, La Goleta, el canal de
Constantinopla, el Egeo, Francia, Italia, Flandes, Alemania. En todas las
tierras y climas próximos o lejanos, bajo nieve, sol, lluvia o viento, huestes
de españoles pequeños y recios, barbudos, fanfarrones, valerosos y crueles, hechos
a la miseria el sufrir y las fatigas, con todo por ganas y sin otra cosa que
perder salvo la gorja, unos musitando una oración, otros con los labios mudos y
los dientes apretados, y otros renegando a cada paso de Cristo, de los
oficiales, de los trabajos y de la misma vida en todas las lenguas de España,
amotinados a trechos y con las pagas atrasadas o sin ellas, seguimos a nuestros
capitanes bajo las rotas banderas, haciendo temblar al mundo entero.
``El puente de los asesinos´´
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