También era lunes aquel 16 de julio de 1212 y, como hoy,
hacía un calor infernal al pie de Sierra Morena cuando la España cristiana
propinó un duro golpe a los musulmanes en la Batalla de las Navas de Tolosa,
decisiva en la Historia de España. Tanto, que hay quien habla de aquel 16 de julio
de hace hoy ocho siglos como el día D de la Reconquista.
Castellanos, aragoneses y navarros dejaron atrás sus peleas
territoriales y sus disputas de linaje para unirse frente a las tropas de la
Media Luna que capitaneaba Muhammad An-Nasir, más conocido por los cristianos
como Miramamolín. El califa almohade había reunido un poderoso ejército, se
cree que de hasta 200.000 hombres, con la intención de barrer de la península a
los reinos cristianos y completar así la obra que su padre inició años atrás en
la batalla de Alarcos.
El 14 y 15 de julio de 1212 ya estaban dispuestos en el
campo de batalla más de 100.000 musulmanes dirigidos por el califa y unos
70.000 cristianos, entre castellanos, aragoneses, navarros, portugueses,
cruzados franceses, además de maestros del Temple y de San Juan. Se estima que
murieron unos 20.000 árabes y 12.000 cristianos. Fue una de las batallas más
sangrientas y más trascendentes de la Edad Media. «No se la cita como una de
las grandes batallas de la historia del mundo y seguramente ellos no fueron
conscientes que habían destrozado al Islam, pero realmente fue el principio de
su fin», aseguró a Efe Francisco Rivas, director sectorial del Mundo Islámico y
Cuestiones Religiosas en la Asociación de Geopolítica GIN y autor del libro
«1212. Las Navas».
El ejército cristiano se había ido reuniendo durante el
verano de 1212 y avanzó hacia el sur al encuentro de las huestes almohades, que
les doblaban en número. Cuenta la tradición que un pastor guió a los cristianos
en su paso por Despeñaperros para así poder atacar a los moros por la espalda.
Llegó a las Navas, a cuatro kilómetros de lo que hoy es Santa Elena, el viernes
13 de julio y después de dos días de escaramuzas, los cristianos decidieron
atacar. El vizcaíno don Diego López II de Haro capitaneó la primera carga de
las tropas cristianas. Los musulmanes intentaron repetir la estrategia que tan
buenos resultados les había dado en Alarcos, simulando una retirada para
contraatacar con sus mejores soldados después. Los cristianos se lo esperaban y
la segunda línea de combate estaba preparada, pero no era suficiente para hacer
frente al ejército almohade.
En ese decisivo momento, los tres reyes cristianos al frente
de sus hombres se lanzan a la batalla en una carga que resultó imparable. El
rey Sancho VII de Navarra, con los doscientos caballeros navarros se dirigieron
directamente hacia la tienda roja de Al-Nasir, que guardaban los imesebelen, la
Guardia Negra procedente de Senegal, que se enterraban en el suelo y se
anclaban con grandes cadenas, para luchar o morir. Según la tradición, Sancho
VII el Fuerte rompió las cadenas, que se incorporarían después al escudo de
Navarra junto a la esmeralda del turbante del califa, que logró huir a Jaén.
Miramamolín moriría un año después de la derrota.
Cuentan que tras la batalla, en la tarde del 16 de julio de
hace hoy ocho siglos, Alfonso VIII recorrió junto al Arzobispo de Toledo, don
Rodrigo Jiménez de Rada, el terrible escenario de la carnicería. De este botín
se conserva el pendón de Las Navas en el Monasterio de Las Huelgas en Burgos,
considerado el mejor tapiz almohade en España. En la iglesia de San Miguel
Arcángel de Vilches se conserva la Cruz de Arzobispo de don Rodrigo, una
bandera, una lanza de los soldados que custodiaban a Miramamolín y la casulla
con la que el arzobispo ofició misa el mismo día de la batalla de las Navas de
Tolosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario